Los dioses saben que fui valiente y jugué mis cartas con temeridad en la partida de la historia.
Heredé un reino sólido en los Balcanes de mi marido Agrón. Expulsé a los griegos de mi tierra y me quedé con sus colonias. Mis súbditos eran navegantes de primer nivel que vivían de la piratería... y les permití moverse por los mares a su antojo. Qué poderosos nos sentíamos.
Una Roma vencedora de la primera guerra púnica vino henchida de soberbia a mi palacio. Las exigencias de sus diplomáticos fueron contestadas con sus cuerpos inertes rumbo al Tíber. Teuta no conocía el significado del miedo.
Pero fui traicionada por Demetrio, mi cuñado y uno de mis gobernadores principales. Perdí fuerzas ante el avance de una flota de 200 galeras romanas cargadas con varias legiones hambrientas de venganza.
En este punto supe adaptarme. Acorralada negocié bien y salvé muchas vidas. Cierto es que perdí mucho poder, pero seguí siendo reina en mi capital y su contorno.
Mi singladura no concluyó aquí. Me casé con Demetrio por instigación romana, pero 9 años después volvimos a la lucha: nueva flota, nuevas conquistas, nueva guerra con Roma. Mi rastro desapareció mucho antes de la derrota definitiva, pero Demetrio se las ingenió para huir y convertirse en consejero principal de Filipo V de Macedonia.
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