Tenochtitlan
Le dicen tejo de oro porque más que un lingote, parece el fino contorno de una panza contenta. Una lámina curvada de casi dos kilos, hallada hace 40 años en una acequia enterrada de la vieja Tenochtitlan. Expuesta desde hace décadas en el Museo Nacional de Antropología de Ciudad de México, un estudio elaborado por un equipo de arqueólogos prueba ahora lo que se suponía desde hacía años: que el tejo fue parte del botín que los conquistadores españoles trataron de llevarse de la capital mexica en su huida en junio de 1520, durante la fatídica —o gloriosa, según quien lo cuente— Noche Triste.
"Tenemos mucha información de la presencia de Hernán Cortés en Tenochtitlán, pero no hay evidencias materiales. El tejo es una de las pocas", dice Leonardo López Luján, director del proyecto Templo Mayor y uno de los autores del estudio. "En el museo hay un peto que dice 'Alvarado', y se supone que es de Pedro Alvarado, uno de los capitanes de Cortés. Pero no hay armas, arcabuces, nada". El tejo es pues una pieza única. Fea, desde luego. Vulgar. Pero única, inspiradora. No existe en la historia de la guerra hispano-mexica un artefacto que despierte elucubraciones como lo hace el tejo: ¿cómo llegó a la acequia? ¿Se le cayó a un español, se le resbaló del sudor durante la huida? ¿Se dio cuenta, consiguió huir, vivió?
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