Fiodor Lukiánov para RIA Novosti
La secretaria de Estado de EEUU, Hillary Clinton, que simbolizó entre los años 2009 y 2010 el proceso del “reinicio” de las relaciones bilaterales, va a dejar su puesto.
En la reunión anual de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) celebrada en Dublín, la mandataria estadounidense hizo una declaración bastante inequívoca. Según Clinton, la “supresión de la oposición en los países de Europa del Este y en Asia Central podría llevar a una nueva sovietización de estos Estados”.
Hace cuatro años, a finales de 2008, participé en Washington en un importante Congreso dedicado a las relaciones entre Rusia y Estados Unidos. Las elecciones quedaban atrás y el equipo de George Bush hijo estaba preparándose para abandonar la Casa Blanca.
El principal ponente de la conferencia era el todavía secretario de Estado adjunto, Daniel Fried, el principal ideólogo neoconservador de la política exterior del país. Su ánimo parecía sombrío, tanto a causa de la derrota de los republicanos, como de la victoria de Moscú en la reciente “guerra de tres días” contra Georgia, dado que Fried era considerado uno de los principales promotores del proyecto “Georgia como antorcha de la libertad”.
En su breve discurso este diplomático de alto rango dejó a los sucesores su bien formulado legado: “Evitar acuerdos y fórmulas de compromiso con Rusia, ha de aplicarse únicamente postura implacable y presión”.
La Casa Blanca y el Departamento de Estado, que permanecían ya bajo el control del partido Demócrata no cumplieron su voluntad. El proceso de “reinicio de las relaciones bilaterales”, arrancó por iniciativa del presidente Barack Obama y fue anunciado por Hillary Clinton. No era otra cosa, que un complejo acuerdo bilateral que abarcaba varios campos. El ajuste de intereses, es decir, el cambio de asuntos primordiales por otros de menor relevancia permitió normalizar las relaciones y encontrar una salida del atolladero en la que habían acabado en la época de Daniel Fried y sus partidarios. Sin embargo, al moverse por espiral, las situaciones tienden a repetirse.
Y una clara muestra de ello es la arriba mencionada declaración de Hillary Clinton. En su opinión, la “sovietización del espacio adyacente a Rusia podría tomar la forma de la 'Unión Aduanera' o la 'la Unión Euroasiática', de modo que no hay lugar para el error. Sabemos cuáles son los objetivos e intentaremos encontrar una manera eficiente de ralentizar o frenar este proceso”.
Nunca se ha anunciado con tanta claridad que Estados Unidos esté considerando las iniciativas integracionistas de Rusia en el espacio postsoviético como muestras de hostilidad. Es evidente que en esta parte del mundo desde la desintegración de la Unión Soviética no ha cesado la lucha geopolítica, hecho que no obstante se solía desmentir. Además, en los últimos años y a la vista de la situación cada vez más inestable en Oriente Próximo y visto el aumento de la influencia de China, los intereses de EEUU no parecían centrarse en el territorio de la antigua URSS.
Las relaciones entre Rusia y Estados Unidos se encuentran en directa dependencia de lo activo que se muestre Washington en el espacio postsoviético: el intento de la Administración de George Bush hijo de actuar con ímpetu provocó una escalada de tensión y desencadenó una guerra local. Rusia ofreció una decidida respuesta a la intención de ampliar la OTAN a Georgia y Ucrania y de desplegar la tercera zona de la Defensa Antimisiles en Europa del Este.
La aportación de Barack Obama en el proceso del reinicio consistió en renunciar a los planes de su antecesor y precisamente ello permitió mejorar notablemente el ambiente de las relaciones bilaterales.
¿Querrá decir la declaración de Hillary Clinton que EEUU pueda volver a aplicar una activa política expansionista?
Pese a haberse enfrentado en 2008 a Barack Obama en una intensa y apasionada lucha por la presidencia del país, una vez asumido el puesto de secretaria de Estado Hillary Clinton se mostró como una colaboradora leal y disciplinada. Su propia postura que era la continuación de la de Bill Clinton quedó en la mayoría de los casos a la sombra, mientras ella se atenía a la línea aplicada por el presidente Obama.
Mientras tanto, la actitud de los años noventa, en primer lugar, apostaba por el espacio postsoviético y, en segundo lugar, preveía, junto con la asistencia en la democratización de Rusia, una activa estimulación del “pluralismo geopolítico” y la destrucción de la influencia exclusiva de Moscú en la región. Al abandonar su puesto, la señora Clinton puede permitirse expresar su opinión real y volver a los ideales de la época cuando su marido era el presidente de EEUU.
De momento se desconoce el nombre del sucesor de Hillary Clinton en su puesto. En torno a la candidatura de Susan Rice, embajadora de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad de la ONU, promovida por Obama, han surgido numerosos debates. No parece muy probable que el presidente durante su segundo mandato opte por desentenderse de la política exterior y por delegar su elaboración en el Departamento del Estado. Y el presidente, en la medida de lo posible en un ambiente dominado por la ideología, es partidario de una cooperación pragmática.
Pero, incluso si la declaración de Hillary Clinton no significa un cambio de prioridades en la política de Washington respecto a Rusia, no deja de ser muy significativa. Desde la desintegración de la URSS pasaron más de 20 años y el espacio postsoviético ha quedado bastante fragmentado en función de los tipos de régimen político, modelos del desarrollo y la orientación geopolítica.
Rusia, que sufrió profundamente el colapso de un Estado único, empezó a asimilar mentalmente el final de la época soviética, dejando de ver el funesto 1991 como el punto de referencia.
La necesidad de unir en uno u otro formato los territorios de la antigua URSS está perdiendo su condición de axioma. Moscú empieza a formular de manera racional sus intereses y a buscar equilibrio entre sus deseos y sus posibilidades. De ahí el proyecto de la Unión Aduanera, una actitud por primera vez realista hacia la integración, basada en el intento de lanzar un mecanismo económico realmente viable. Ya se verá, si la iniciativa da resultados, pero de entrada no tiene nada absurdo ni escasamente realizable.
Mientras tanto, la percepción occidental sigue a nivel de los noventa, cualquier iniciativa rusa es vista como el renacimiento de las ambiciones imperiales. Al mismo tiempo, ni Estados Unidos ni la Unión Europea son capaces de ofrecer a las antiguas repúblicas soviéticas una alternativa a la integración con Rusia.
La ampliación de la UE no fue paralizada por la resistencia del Kremlin, sino a causa de una profunda crisis interior que impide pensar en realizar en un futuro no demasiado lejano ningún tipo de cooperación con los países situados hacia el este de las fronteras comunitarias. EEUU, por su parte, se ve obligado a dedicarse a otro tipo de cosas y ni Ucrania ni Cáucaso del Sur ya podrán ocupar entre las prioridades estadounidenses sus sitios de antaño. Asia Central sí que podría pasar a formar parte de las prioridades de Washington, dada su proximidad a los “puntos candentes” del mapa del mundo, pero la importancia distaría, por supuesto, de ser estratégica.
A Rusia se le suele reprochar que su política no sea fruto de objetivos e intenciones constructivas, sino únicamente del deseo de impedir que Occidente logre algo. Y éste supuestamente siempre tiene algunos proyectos constructivos para sus socios menores. A veces esta interpretación está fundamentada y a veces, en absoluto.
En estos momentos la situación es distinta. La declaración de Hillary Clinton pone de manifiesto que el recuerdo de la URSS sigue sirviendo de referencia para los políticos y que la oposición a Rusia podría perfectamente convertirse en un objetivo. No nos debería sorprender, por otra parte.
RIA Novosti
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