La caricia es una de las expresiones supremas de la ternura sobre la
cual hemos tratado en el artículo anterior. ¿Por qué decimos caricia
esencial? Porque queremos distinguirla de la caricia como pura
moción psicológica, en función de un querer fugaz y sin historia. La
caricia-moción no envuelve a toda la persona. La caricia es esencial
cuando se transforma en una actitud, en un modo-de-ser que califica a
la persona en su totalidad, en su psique, en su pensamiento, en su
voluntad, en la interioridad, en las relaciones.
El órgano de la caricia es, fundamentalmente, la mano: la mano que
toca, la mano que acaricia, la mano que establece relación, la mano
que da calor, la mano que trae quietud. Toda la persona a través de la
mano y por la mano revela un modo de ser cariñoso. La caricia toca lo
profundo del ser humano, allí donde se sitúa su Centro personal. Para
que la caricia sea verdaderamente esencial necesitamos cultivar el Yo
profundo, que busca lo más íntimo y verdadero en nosotros, y no solo
el ego superficial de la conciencia, siempre llena de preocupaciones.
La caricia que emerge del Centro produce reposo, integración y
confianza. De ahí su sentido. Al acariciar al niño, la madre le
comunica la experiencia más orientadora que existe: la confianza
fundamental en la bondad de la vida; la confianza de que, en el fondo,
a pesar de tantas distorsiones, todo tiene sentido; la confianza de que
la paz no es un sueño, es la realidad más verdadera; la confianza de la
acogida en el gran Útero.
Al igual que la ternura, la caricia exige total altruismo, respeto del
otro y renuncia a cualquier otra intención que no sea la de querer
bien y amar. No es un roce de pieles, sino una entrega de cariño y de
amor a través de la mano y de la piel, piel que es nuestro yo concreto.
El afecto no existe sin la caricia, la ternura y el cuidado. Así como la
estrella tiene que tener un aura para brillar, de igual manera el afecto
necesita la caricia para sobrevivir. La caricia de la piel, del pelo, de
las manos, de la cara, de los hombros, de la intimidad sexual hace
concreto el afecto y el amor. La calidad de la caricia impide que el
afecto sea mentiroso, falso o dudoso. La caricia esencial es leve como
el entreabrir suave de una puerta. Jamás hay caricia en la violencia de
azotar puertas y ventanas, es decir, en la invasión de la intimidad de
la persona.
El psiquiatra colombiano Luis Carlos Restrepo en su bello libro sobre
El derecho a la ternura (Arango editores 2004) dice: «La mano, órgano
humano por excelencia, sirve tanto para acariciar como para agarrar.
La mano que agarra y la mano que acaricia son dos facetas extremas
de las posibilidades de encuentro inter-humano».
En una reflexión cultural más amplia, la mano que agarra corporifica
el modo-de-ser de los últimos cuatro siglos, de la llamada modernidad.
El eje articulador del paradigma moderno es la voluntad de agarrar
todo para poseer y dominar. Todo el Continente latinoamericano fue
agarrado y prácticamente diezmado por la invasión militar y religiosa
de los ibéricos. Y vino a África, a China, a todo el mundo que se puede
agarrar, hasta a la Luna.
Los modernos agarraron la naturaleza dominándola, explotando sus
bienes y servicios sin ninguna consideración ni respeto a sus límites y
sin darle tiempo de reposo para que pudiera reproducirse. Hoy
recogemos los frutos envenenados de esta práctica sin ningún tipo de
cuidado y ausente de todo sentimiento de caricia hacia lo que vive y
es vulnerable.
Agarrar es expresión de poder sobre, de manipulación, de
encuadramiento del otro o de las cosas a mi modo de ser. Si miramos
bien, no ha ocurrido una mundialización respetando las culturas en su
rica diversidad. Lo que ha ocurrido ha sido la occidentalización del
mundo. Y en su forma más pedestre: una hamburguerización del
estilo de vida norteamericano impuesto en todos los rincones del
planeta.
La mano que acaricia representa la alternativa necesaria: el modo-de-
ser-cuidado, pues «la caricia es una mano revestida de paciencia que
toca sin herir y suelta, para permitir la movilidad del ser con el que
entramos en contacto» (Restrepo).
En los días actuales es urgente rescatar en los seres humanos la
dimensión de la caricia esencial. Ella está dentro de todos nosotros,
aunque encubierta por una gruesa capa de ceniza de materialismo, de
consumismo y de futilidades. La caricia esencial nos devuelve nuestra
humanidad perdida. En su mejor sentido refuerza también el precepto
ético más universal: tratar humanamente a cada ser humano, es decir,
con comprensión, con acogida, con cuidado y con la caricia esencial.
Leonardo Boff<>
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