LA LEYENDA DE LOS VOLCANES
El rey de Tlaxcala tenía una hija muy hermosa llamada Iztlacíhuatl. La princesa y el gallardo guerrero Popocatepetl estaban enamorados.
Era época de grandes batallas entre los diferentes pueblos que luchaban por tener el control del Valle de México, así que como buen guerrero, Popocatépetl tuvo que cumplir su misión en la guerra.
Antes de partir, la princesa le dijo que se cuidara y le prometió que lo esperaría por siempre jamás.
Él, que partía muy preocupado, pidió al rey que le concediera la mano en matrimonio de la princesa si volvía vencedor, a lo que el Gran Cacique accedió diciéndole que si a su regreso traía en la punta de su lanza la cabeza del cacique enemigo, Popocatépetl, sería premiado como héroes y su lecho de amor estaría preparado.
Así Popocatépetl partió ilusionado en cumplir su encargo lo más pronto posible y regresar a desposar a la bella Iztlacíhuatl, quien paciente esperaba la hora de que su amado llegara victorioso y poder entregarse a sus brazos.
Pasó mucho tiempo, nuestro noble Guerrero enfrentó incontables batallas, desde la región lacustre, hasta las altas montañas, en la lluvia, en el frío y en el calor, pero los meses pasaban y no lograba encontrar al cacique enemigo.
Pasaron los años y Popocatépetl no volvía, la princesa, fiel a su promesa seguía esperándolo y prácticamente todos los días preguntaba a su padre si tenía noticias de su prometido.
la hermosa Iztlacíhuatl, cada día mas desesperada encargaba a sus doncellas que preguntaran a los *painanis si sabían algo de Popocatépetl.
La espera fue larga, muchos años tuvieron que pasar hasta que por fín Popocatépetl, encontrara al cacique enemigo y tras fiera batalla con sus guardias y el cacique logró vencer y emprender su camino de regreso.
Así, Popocatépetl regresó victorioso con la cabeza del cacique sangrando en la punta de su lanza y sus esperanzas puestas en su corazón que latía más fuerte conforme se acercaba al palacio del Gran Cacique, quien salió a su encuentro lloroso y muy triste, solo para anunciarle que la joven y bella princesa había fallecido durante la larga espera de su retorno.
Popocatépetl, envuelto en llanto y desesperación corrió hacía su amada, solo para encontrar un túmulo, donde yacía dormida bajo el sol. Entonces, el noble guerrero postrado ante el cuerpo de su amada, se inclinó y sintió en sus labios la boca que nunca en vida pudo besar.
Quebrado en sus rodillas, Popocatépetl profundamente triste y desilusionado porque comprendía que de nada le serviría la gloria, el poder y la riqueza, sin el amor de Iztlacíhuatl, quien había sido su inspiración.
Resignado, el guerrero se incorporó, tomó entre sus brazos el cuerpo de su amada, caminó hacia las montañas y la colocó en la cima de la montaña más alta, encendió una fogata y se arrodilló a sus pies velando eternamente su sueño eterno.
Pasaron los años, sus cuerpos permanecieron inmóviles y después de varios siglos, cubiertos por las nieves eternas, formaron los dos volcanes que ahora llevan su nombre y vigilan por siempre el Valle de Anahuac y sus habitantes quienes al verlos siempre recitan:
Duerme en paz, Iztaccihuatl; | |
Vela en paz, Popocatépetl; |
*Painanis: Nombre que se daba en Nahuatl a los mensajeros que con base a relevos, llevaban corriendo las noticias y mensajes.
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