La ley seca parcial impuesta tras la muerte de 26 personas intoxicadas con alcohol adulterado posiblemente se levante en breve.
Pero un columnista expone que, en un país en el que las libertades a veces se transforman en imprudencias, puede que sea conveniente mantener parte de esta prohibición.
Una tela tapa en un bar las bebidas alcohólicas cuya venta está prohibida. Praga, el 16 de septiembre de 2012. |
Este país, a pesar de todos los esfuerzos de los euroburócratas de Bruselas y de sus colaboradores domésticos, sigue siendo una isla casi solitaria de auténtica libertad en un mundo en el que, con sus diversas prohibiciones y, perdón por el término, normativas directas, está abocado a la esclavitud.
Por lo tanto, podemos esperar que unos cuantos Hegers [Leos Heger, ministro checo de Sanidad] y tipos similares intenten aprovecharse de la crisis actual atacando el mercado de las bebidas alcohólicas, así como restringir un derecho fundamental por el que se luchó hace tiempo en todas las plazas públicas del país: el acceso totalmente libre a cualquier tipo de bebida alcohólica en cualquier lugar y a cualquier hora del día o la noche. Ya me gustaría que fuera así.
La prohibición parcial, declarada por las autoridades el viernes 14 de septiembre por la noche, en un estado de desesperación total, no puede continuar indefinidamente. Pero el final de esa prohibición podría ser el momento idóneo para empezar a hablar en serio sobre mantener parte de la misma, ya que existen buenas razones para hacerlo y porque impulsaría al país en la senda de la civilización.
Sin duda se alzará más de una voz que afirme que “la prohibición no resuelve nada” y seguro que escucharemos cientos de ejemplos de todo el mundo de cómo fracasaron los esfuerzos por restringir la disponibilidad del alcohol, cómo se eludieron las prohibiciones, cómo lo que se consiguió fue precisamente fomentar el mercado negro...
Puede que no sea la persona adecuada, pero esta vez tiene toda la razón. Y aunque en el debate sin duda será útil escuchar a los escépticos con sus argumentos y experiencias, en la situación en la que nos encontramos deberíamos fijarnos en los países en los que el alcohol se trata como lo que es: básicamente, una droga bastante peligrosa, que quizás se diferencia de las drogas ilegales únicamente en que el Estado cosecha una gran cantidad de impuestos por sus ventas.
Pero en República Checa, este “paraíso liberal”, la situación se ha ido de las manos. No es un caso aislado, sino más bien la norma en la versión checa de “libertad”. Esta situación podría estar relacionada con otros aspectos específicos de la República Checa, como por ejemplo, la cantidad de casinos, sin rival en Europa, en los que cualquiera puede dilapidar su sueldo y sus beneficios sociales, o incluso la resistencia audaz a “tendencias de moda” que nos impedirían disfrutar de ese cigarrillo después de la comida justo bajo la nariz de nuestros compañeros de mesa en un restaurante abarrotado.
Sin embargo, en lugar de una isla de libertad, nos viene a la mente la imagen de un museo rústico al aire libre, en el que por supuesto cualquiera puede encontrar un poco de paz, pero quizás ha llegado la hora de mirar hacia otros lugares (el autor admite que no es ni abstemio ni no fumador.)
Ocurre lo mismo en los casos menos drásticos de “alcoholismo corriente”. Por lo tanto, prohibir los puestos callejeros que venden alcohol podría ser el primer paso y quizás el más directo. Y luego podemos empezar a pensar si la República Checa podría ser un buen lugar para probar el modelo de países que claramente no se consideran Estados totalitarios y en los que las bebidas alcohólicas se venden únicamente en establecimientos especializados con licencia y en un horario determinado, que sin duda no incluye las tres y media de la mañana. Cualquier cosa será mejor que la situación en la que nos encontramos hoy.
Con esto se supone, por supuesto, que además de esta represión oficial, el Estado podrá desempeñar el resto de sus funciones, que evidentemente ha desatendido en los últimos años a pesar de las señales de advertencia y que podrá combatir el mercado negro con igual éxito que con la lucha contra las pequeñas plantaciones de marihuana. Porque se trata de un problema que no tiene nada que ver con la “libertad”.
Por lo tanto, podemos esperar que unos cuantos Hegers [Leos Heger, ministro checo de Sanidad] y tipos similares intenten aprovecharse de la crisis actual atacando el mercado de las bebidas alcohólicas, así como restringir un derecho fundamental por el que se luchó hace tiempo en todas las plazas públicas del país: el acceso totalmente libre a cualquier tipo de bebida alcohólica en cualquier lugar y a cualquier hora del día o la noche. Ya me gustaría que fuera así.
La prohibición parcial, declarada por las autoridades el viernes 14 de septiembre por la noche, en un estado de desesperación total, no puede continuar indefinidamente. Pero el final de esa prohibición podría ser el momento idóneo para empezar a hablar en serio sobre mantener parte de la misma, ya que existen buenas razones para hacerlo y porque impulsaría al país en la senda de la civilización.
Sin duda se alzará más de una voz que afirme que “la prohibición no resuelve nada” y seguro que escucharemos cientos de ejemplos de todo el mundo de cómo fracasaron los esfuerzos por restringir la disponibilidad del alcohol, cómo se eludieron las prohibiciones, cómo lo que se consiguió fue precisamente fomentar el mercado negro...
El "paraíso liberal" se va de las manos
También ha habido varias alusiones graciosas en Facebook sobre si Miroslav Kalousek [ministro checo de Finanzas, con fama de gustarle la bebida] era la persona idónea para predicar sobre los peligros del acceso fácil al alcohol de alta graduación.Puede que no sea la persona adecuada, pero esta vez tiene toda la razón. Y aunque en el debate sin duda será útil escuchar a los escépticos con sus argumentos y experiencias, en la situación en la que nos encontramos deberíamos fijarnos en los países en los que el alcohol se trata como lo que es: básicamente, una droga bastante peligrosa, que quizás se diferencia de las drogas ilegales únicamente en que el Estado cosecha una gran cantidad de impuestos por sus ventas.
Pero en República Checa, este “paraíso liberal”, la situación se ha ido de las manos. No es un caso aislado, sino más bien la norma en la versión checa de “libertad”. Esta situación podría estar relacionada con otros aspectos específicos de la República Checa, como por ejemplo, la cantidad de casinos, sin rival en Europa, en los que cualquiera puede dilapidar su sueldo y sus beneficios sociales, o incluso la resistencia audaz a “tendencias de moda” que nos impedirían disfrutar de ese cigarrillo después de la comida justo bajo la nariz de nuestros compañeros de mesa en un restaurante abarrotado.
Sin embargo, en lugar de una isla de libertad, nos viene a la mente la imagen de un museo rústico al aire libre, en el que por supuesto cualquiera puede encontrar un poco de paz, pero quizás ha llegado la hora de mirar hacia otros lugares (el autor admite que no es ni abstemio ni no fumador.)
En primer lugar, prohíban los puestos callejeros
Cualquier persona que quiera volverse ciego o incluso matarse con vodka de contrabando puede conseguirlo, aunque esté totalmente prohibida la venta de bebidas alcohólicas de alta graduación. Pero podría resultarle un poco más difícil. Después de todo, con personas que se arriesgan así, hay ciertos gastos que sus contribuciones al ministerio de Finanzas no llegan a cubrir.Ocurre lo mismo en los casos menos drásticos de “alcoholismo corriente”. Por lo tanto, prohibir los puestos callejeros que venden alcohol podría ser el primer paso y quizás el más directo. Y luego podemos empezar a pensar si la República Checa podría ser un buen lugar para probar el modelo de países que claramente no se consideran Estados totalitarios y en los que las bebidas alcohólicas se venden únicamente en establecimientos especializados con licencia y en un horario determinado, que sin duda no incluye las tres y media de la mañana. Cualquier cosa será mejor que la situación en la que nos encontramos hoy.
Con esto se supone, por supuesto, que además de esta represión oficial, el Estado podrá desempeñar el resto de sus funciones, que evidentemente ha desatendido en los últimos años a pesar de las señales de advertencia y que podrá combatir el mercado negro con igual éxito que con la lucha contra las pequeñas plantaciones de marihuana. Porque se trata de un problema que no tiene nada que ver con la “libertad”.
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