El Día de Alaska, que EEUU celebra el 18 de octubre –fecha de la transferencia de ese territorio a Washington– evoca no solo la aventura americana de Rusia sino también la de España, que también reclamó esas tierras gélidas.
La colonización rusa en América fue una continuación lógica de la conquista de Siberia, al fin y al cabo Alaska, y aún más sus numerosas islas, están más cerca de las costas pacíficas de Rusia que del resto de EEUU.
En el siglo XVIII el Imperio ruso ávido de nuevas tierras fundó varios fuertes y factorías, que se dedicaban principalmente al comercio de pieles, en la costa americana del Pacífico llegando hasta Alta California.
La primera llegada de los buques rusos a Alaska, oficialmente confirmada, data de abril de 1732. Desde 1743 los comerciantes de pieles realizaban con regularidad pequeñas expediciones y establecían asentamientos temporales.
La primera colonia rusa se fundó en los años 80 del siglo XVIII en la bahía de los Tres Santos. Para 1804 Rusia disponía de dos fortalezas, una de las cuales, Novoarjánguelsk, en unos años pasaría a ser capital de la América rusa.
La actividad rusa inquietó tanto al Imperio Británico y EEUU, como a España que pretendía a esas tierras en virtud de la bula papal Inter coetera de 1493 que reconoció a los españoles derechos exclusivos sobre la costa del Pacífico en Norteamérica. Desde 1774 intentaron frenar la expansión rusa enviando al Norte expediciones desde el Vierreinato de Nueva España. Sin embargo, la irritación de los ingleses obligó España a renunciar a sus pretensiones.
Sin embargo, Rusia tampoco se veía con fuerzas para conservar esos territorios, tan distantes y tan codiciados por el Reino Británico y EEUU, sobre todo por los enormes costes pecuniarios y humanos que requería la tarea.
El general gobernador de Siberia Oriental, Nikolái Muraviov-Amurski, fue el primero en sugerir vender Alaska en 1853, justo en vísperas de la Guerra de Crimea que Rusia perdió tres años más tarde. El funcionario presentó al emperador Nicolás I una nota donde instaba a centrarse en el Lejano Oriente y subrayaba la importancia de mantener buenas relaciones con EEUU. Indicaba que tarde o temprano Rusia debería conceder Alaska a EEUU porque era incapaz de defender ese territorio.
En aquel momento en Alaska vivían entre 600 y 800 rusos, 1.900 criollos y 5.000 aleutas, además de 40.000 indígenas tlingit que no se reconocían súbditos de Rusia.
La propuesta de Muraviov-Amurski fue acogida favorablemente, sobre todo por Konstantín, el hermano menor del nuevo emperador, Alejandro II. Las arcas del Estado estaban devastadas por la guerra y vender la lejana Alaska a muchos les parecía una buena solución.
Las negociaciones comenzaron el 28 de diciembre de 1866. El 30 de marzo de 1867, ahora festivo en Alaska, el acuerdo fue firmado y los 1.519.000 kilómetros cuadrados de las colonias americanas rusas pasaron a ser soberanía de EEUU.
El Senado estadounidense ratificó el convenio por un solo voto de diferencia: en aquellos tiempos, las ricas reservas minerales del territorio eran todavía desconocidas y pocos en EEUU eran partidarios de adquirir ese “parque natural para osos polares”. Entonces fue cuando Alaska recibió su nombre oficial de boca del senador Charles Sumner quien recurrió a la denominación aleuta de esas tierras en el discurso que pronunció para convencer a sus colegas.
El 1 de agosto del mismo año, Rusia recibió de EEUU un cheque de 7,2 millones de dólares con el que se cerró el trato. La ceremonia tuvo lugar el 18 de octubre en la ciudad de Novoarjánguelsk, ahora Sitka, y se clausuró con la izada de bandera estadounidense. Con la compra, EEUU adquirió no solo los territorios sino también todos los bienes inmuebles y los archivos coloniales.
Hoy en día
- El 10% de los habitantes de Alaska son de origen ruso.
- El 13% profesan la fe ortodoxa.
- Solo el 3% dominan el idioma de sus antepasados.
- Una herencia modesta pero aún viva de lo que fue la América rusa.
- El 10% de los habitantes de Alaska son de origen ruso.
- El 13% profesan la fe ortodoxa.
- Solo el 3% dominan el idioma de sus antepasados.
- Una herencia modesta pero aún viva de lo que fue la América rusa.
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