Una encuesta oficial demuestra que los ciudadanos de Reino Unido tienen una visión poco realista de prácticamente todas las cuestiones sociales polémicas, incluida la inmigración, la criminalidad y los beneficios sociales. Quizás porque los políticos y los medios de comunicación les aportan una visión parcial y temerosa de su sociedad.
Ally Fogg
Una encuesta realizada por la Royal Statistical Society ha revelado hoy, [9 de julio], la gran disparidad que existe entre cuál el estado de la nación según la opinión pública británica y la realidad que reflejan las estadísticas oficiales.
Si bien no es de extrañar que la gente a menudo realice afirmaciones un tanto erróneas sobre algunas cuestiones, lo cierto es que la diferencia entre las percepciones y la realidad es sorprendentemente grande. Esto tiene profundas consecuencias en la política y el Gobierno.
Por mencionar algunas de las conclusiones de la encuesta, solemos pensar que el índice de embarazos en adolescentes es 25 veces mayor de lo que realmente es. Una gran mayoría de la opinión pública cree que la criminalidad no deja de aumentar, cuando las encuestas oficiales demuestran que se produjeron un 53 por ciento menos de incidentes en 2012 que en 1995. La gente cree que el fraude que se comete con los beneficios sociales es 34 veces superior a la realidad, con lo que piensan que el índice es el 24 por ciento del presupuesto total de los beneficios. La cifra real es del 0,7 por ciento. Cuando se les pidió a los encuestados que seleccionaran en una lista qué política gubernamental ahorraría más dinero, un tercio eligió la limitación de los beneficios a 26.000 libras, más del doble de los que seleccionaron el retraso de la edad de jubilación a los 66 años para hombres y mujeres. El ahorro real de un límite en los beneficios sería de 290 millones de libras. El ahorro al retrasar la edad de jubilación sería de 5.000 millones de libras, es decir, 20 veces más.
Las mentiras y los mentirosos que las dicen
Más de un cuarto de las personas creen que la ayuda al extranjero es uno de los dos o tres principales elementos en los que el Gobierno gasta más dinero: de hecho, hubo más personas que eligieron este aspecto como el principal elemento de gasto gubernamental que las que seleccionaron las pensiones o la educación, a pesar de que éstos gastos son 74 veces y 51 veces mayores, respectivamente. La mayoría de la opinión pública cree que el 24 por ciento de la población británica es musulmana. En realidad, es el cinco por ciento. La mayoría cree que la población inmigrante total es dos o tres veces más que la real.
Resulta tentador atribuir esta situación a la deshonestidad de los políticos y los medios de comunicación, como la famosa frase del escritor estadounidense convertido en senador Al Franken: "lies and the lying liars who tell them", las mentiras y los mentirosos que las dicen. Sin duda los ejemplos abundan. A ministros como Iain Duncan Smith y Jeremy Hunt, por no mencionar a Harriet Harman antes que ellos, les han reprendido sus propios guardianes de las estadísticas por dar a conocer estadísticas falsas o engañosas. Mientras, los múltiples errores de periodistas en los medios impresos o audiovisuales mantienen ocupados a diario a los sitios de comprobación de datos, como el sitio web Full Fact.
Sin embargo, esto es sólo una pequeña parte del problema. Además de todo esto, desde hace tiempo la opinión pública ha dejado de creer en cualquier palabra que salga de los labios de un político. De hecho, esto puede ser una importante causa del problema. El cinismo en las cifras económicas o las estadísticas sobre la criminalidad es algo endémico y con razón. Pero el veneno se ha extendido tanto que se asume que incluso las conclusiones de investigaciones fiables y significativas salen directamente de la oficina de Walter Mitty (personaje de ficción que se caracteriza por ser soñador y poco realista).
El pecado de la omisión
El problema real no es el pecado de la falsedad, sino el pecado de la omisión. Los periodistas informan de crímenes violentos o de fraudes de beneficios sin molestarse en ofrecer un contexto o evaluar su magnitud y no es algo de lo que sean responsables únicamente los tabloides de derecha. Los medios de comunicación liberales y de centro izquierda informan, por ejemplo, de una cantidad alarmante de casos de violencia doméstica sin mencionar que, por horribles que sean, las cifras se han reducido un 69 por ciento en las últimas dos décadas.
Al depender de las estadísticas, los servicios de RSS inevitablemente han hecho que se mejore la formación sobre estadística, sobre todo en los colegios. Aunque se trate de un aspecto sin duda positivo, no sé si realmente soluciona el problema. No es que el público no comprenda la diferencia entre una media y un valor medio o que crean que un intervalo de confianza sea algo que se toma Andy Murray entre juegos. No es que el público no comprenda las estadísticas, es que de entrada prácticamente nunca les transmiten las estadísticas. Por consiguiente, formamos nuestras impresiones de la sociedad observando información manipulada e historias alarmantes como a través de un tubo largo y fino, de forma que sólo vemos una imagen instantánea, en lugar de toda la visión completa. Luego dependemos de preferencias cognitivas y de la heurística para rellenar los huecos que quedan.
Lo que falta en este caso no es educación en estadística, sino educación en estudios de medios de comunicación y ciencias políticas. Los políticos y las principales figuras de los medios de comunicación suelen lamentar el cinismo de la opinión pública y su desvinculación generalizada ante los problemas. La investigación de hoy es un recordatorio de que en realidad, la opinión pública no es en absoluto cínica. El problema es la credulidad de la opinión pública, no el escepticismo. Si las clases políticas realmente desean que la opinión pública vuelva a implicarse en la democracia el primer paso que deben dar es obvio. Empiecen a decirnos la verdad y sólo la verdad.
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