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sábado, 4 de octubre de 2014

La mafia del autoservicio en Roma

 La necesidad agudiza el ingenio. Roma lo sabe bien, ya que por sus calles cientos de chicos de todas las nacionalidades se dispersan por las gasolineras del centro y la periferia.

Todo nació de una idea tan simple como genial. Cuando las gasolineras cierran, los clientes pueden usar exclusivamente la opción de autoservicio; es aquí donde entra en acción este ejército de seudogasolineros, que ofrecen sus servicios por un módico precio.

Tanto si conduce un coche, una moto o un camión, el cliente, a cambio de una pequeña propina que puede ir de 50 céntimos a un euro (un equivalente que va de 8.5 a 17 pesos), evita tener que salir del vehículo, cambiar billetes grandes, ponerlos en la máquina expendedora y, finalmente, dispensar el combustible. Esta es la tarea de los seudogasolineros.

Los gerentes de las gasolineras no ponen problemas a los chicos que realizan este servicio. En primer lugar, porque los chicos, al estar en el sitio durante las horas no hábiles, les proporcionan una vigilancia gratuita contra el vandalismo frecuente.

En segundo lugar, se aseguran de que ningún cliente torpe ocasione algún daño al usar la pistola del carburante; por último, estos ingeniosos inmigrantes siempre llevan una escoba y un recogedor y, al final de la jornada, dejan su puesto de trabajo como una patena.

El horario de trabajo varía en función de la hora de cierre del gerente de la gasolinera. Generalmente cada 24 horas hay dos descansos, uno de día y uno de noche. El primero, más corto, corresponde al de la hora de comer -va de las 13:00 a las 16:00 horas-, mientras que por la noche va aproximadamente desde el cierre de la estación -a las 19:00 horas- hasta que lo decide el seudogasolinero.

"Salario"

Según cuentan los seudogasolineros, los ingresos varían día a día. Un coche cada cuarto de hora. Ocho horas al día de trabajo. Por lo tanto, si se considera que la propina media es de 75 céntimos y que los usuarios del autoservicio, también según la media, entre el turno de día y el de la noche -suponiendo que este último acabe a medianoche- son treinta y dos, la ganancia diaria total es de unos 24 euros (407 pesos).

No está mal si se tiene en cuenta que un camarero italiano, en un restaurante de nivel medio en Roma, recibe unos 30 euros (509 pesos) por el trabajo de toda una noche. Se trata de dinero limpio, libre de impuestos y, sin embargo, invisible para muchos.

La mafia se hace presente

Para muchos, pero no para todos. Representantes de organizaciones criminales italianas y extranjeras han puesto el ojo en este lucrativo negocio. Estos personajes ramifican su control dentro de las comunidades menos cohesionadas y unidas.

De vez en cuando se firman acuerdos entre estos criminales y los representantes de la comunidad: a cambio de un porcentaje de los ingresos del autoservicio, los gángsteres recurren a sus enlaces en ambientes de alto nivel para proporcionar papeles a los inmigrantes y favores burocráticos. No quieren dar más detalles sobre el tema.

En la mayoría de grupos sólidos y cohesionados -paquistaníes, indios y kurdos- la situación es radicalmente diferente. Las autoridades más distinguidas de sus comunidades llevan a cabo negocios sin interferencias externas.

Después de agenciarse, con una presencia física masiva y constante, una zona con un gran número de estaciones de servicio, seleccionan a los futuros seudogasolineros entre varios candidatos, e incluso en este caso conocer a alguien importante es básico. Basta ser pariente lejano de una figura prestigiosa para obtener el lugar de trabajo.

Subasta a la baja

Otro parámetro seguido en la distribución de los trabajos es la necesidad: las familias más pobres ofrecen como candidatos a sus hijos y normalmente eligen al que proviene de las capas más modestas. Una especie de subasta a la baja.

La nacionalidad más metódica y eficiente es, sin lugar a dudas, la pakistaní, quienes en los últimos años han desarrollado reglas rígidas en la realización de esta actividad.

Se dividen por distritos. Cada comunidad toma un barrio. Las gasolineras de Garbatella, Eur, San Giovanni, San Lorenzo, Pigneto, Centocelle y Cinecittà (todos los distritos del centro-sur de Roma) son los bastiones de los pakistaníes. Como resultado de los acuerdos tácitos entre etnias, nadie más puede interferir en esas zonas.

Los pakistaníes proporcionan en cada surtidor de combustible a dos empleados, uno para el turno de día y otro para el de la noche. Pueden intercambiarse el turno entre ellos cuando quieran. Pero hay una prioridad: no se puede dejar nunca la estación de servicio desatendida.

A diferencia de lo que sucede con miembros de otros países, los pakistaníes ofrecen un servicio adicional a sus clientes: lavarles los cristales del coche, un clásico. Equipados con agua, jabón, un cubo, una esponja y un cepillo, están teniendo serios desencuentros con los limpiacristales que se colocan en los semáforos cerca de las gasolineras.

Detrás de un fenómeno de esta magnitud se ocultan historias y experiencias únicas.

Ilesh, quien trabaja como seudogasolinero en Testaccio (distrito centro-sur), es un pakistaní de 35 años que llegó a Italia hace tres. Es muy respetado por sus amigos compatriotas, que pasan las noches a su lado en la gasolinera. Ilesh es muy desconfiado: un italiano con una cámara en la mano que no para de hacerle preguntas lo pone nervioso.

Antes de cualquier reunión siempre hace una llamada en urdu: esta vez obtiene permiso para dejarse ir un poco. Entiende que no se trata de policía y, finalmente, la sospecha se convierte en confianza. La comunicación es frenética. Ilesh en Pakistán nunca aprendió inglés y actualmente no tiene mucho tiempo para asistir a los cursos de italiano que ofrecen las asociaciones a los inmigrantes.

La suya es una historia común: el apartamento lo comparte con seis compatriotas, el primer día de cada mes va a Western Union para enviar dinero a su país, y un porcentaje de lo que recauda lo dona a la comunidad.

Sidy, distribuidor en Bufalotta (en el noreste), es un senegalés de 28 años quien llegó a Italia con una visa de turista que expiró hace un par de años. Su primera meta fue Rimini, donde el trabajo de vendedor ambulante no falta.

Hace unos meses que vive en la capital, donde ya estaban su primo Balde y su prima Binta. Viven hacinados en una habitación. Binta es una chica guapa, y el gerente de la gasolinera también se ha dado cuenta: pide servicios sexuales a cambio de que Sidy pueda seguir trabajando sin problemas.

Sidy, Binta y Balde no se conforman y recurren a las altas y amenazantes esferas senegalesas. El gerente no insiste en sus propuestas indecentes, pero Sidy ve aún más reducido su "salario" por las molestias causadas.

Distribuidor en Prati (distrito centro-norte), Borivoje es un kosovar de 40 años quien vivió la guerra y que lo perdió todo. Está en Italia desde hace nueve años, y vive en un Peugeot semicarbonizado. Lo que gana con el autoservicio no le basta ni siquiera para comer dos veces al día.

Sus captores -de los cuales no revela ni nombre ni origen- le piden porcentajes cada vez más altos. Borivoje no puede quejarse, es sólo "un mendigo que vive en una ruina con cuatro ruedas", como dice el jefe. Borivoje trata de sobrevivir, tiene que hacerlo.

Cuando ve que el trabajo en la gasolinera disminuye, corre hasta el semáforo de la esquina con un paño húmedo en la mano y por unos céntimos de euro se ofrece para limpiar los faros de los coches que paran en rojo. Un trabajo doble. Un ojo en el distribuidor y otro en el semáforo.

Nunca se puede dejar la gasolinera sola. Es el primer mandamiento de los seudogasolineros.

Además, hay acuerdos específicos con la "mafia de los lavacristales/lavafaros", que no tolera interferencias de este tipo.

Testimonios como estos se repiten de distribuidor en distribuidor, de semáforo en semáforo en Roma. Los seudogasolineros están expuestos a episodios recurrentes de explotación y de racismo.

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